jueves, 13 de enero de 2011

La Dama y la Luna

Tal vez esto sea lo mas loco que haya escrito en mi vida
-dijo Anita –

Estaba sentada cuando decidí apagar la pantalla de mi televisor. Poco tiempo antes estaba a punto de estallar entre moléculas de recuerdos de mi infancia, mis poesías, mis locuras, mis alegrías y llantos, mi soberbia, mi timidez, mis sentimientos mas recónditos y profundos, los desafíos, los logros, los fracasos, los intentos y el amor propio, que cada vez se hacia más propio.

No esta mal quererse a uno mismo, pero esto había traspasado todo extremo, todo límite, no se como ni porque me sumergía cada vez mas en mi mundo.
Cada mañana me levantaba y mirándome al espejo entonaba una canción que decía lo mucho que me gustaba esa persona, cuanto la amaba, lo maravillada que estaba de su alma. Había algo que cada vez me atrapaba más, estaba orgullosa y enamorada. Y pensar que esa persona era yo
–replicó –

Que locura, solía sentarme a tomar un delicioso café mientras rozaba y admiraba el contorno de mi piel, sentía ganas de abrazarme a mi misma y protegerme del entorno. Los domingos por las tardes encendía velas en hornillos con esencias de vainilla, llenaba la bañera con agua y espuma y me sumergía deleitosamente con total relax y respiraba profundo. El aire sabía perfecto.

Fue loco, pero a veces me sentía aburrida y necesitaba estar con alguien más que conmigo misma. Así que comencé a tener conversaciones virtuales con él.
Él estaba en Italia aún, pero pronto viajaría en camino de regreso a Buenos Aires, así que lo espere cada día y cada luna.

Claro estaba que lo que yo buscaba de él era el desafío de que me enamore, pues ya nada me seducía. Y él me declaró que jamás se había enamorado, y aún así notaba que en nuestras largas charlas virtuales convertíamos las horas en un transitar agradable y relajante de esos minúsculos lapsos de segundos unidos en un solo tiempo.

Lo que aún no se, es lo que a él le atraía de mi persona. Si era el desafío de enamorarme o mi mirada bajo la luz de la Luna, como solía decirme.

Siempre me recordaba que lo más parecido al amor y casi su único amor, fue la Luna, pues ella era casi perfecta, lo iluminaba, lo acompañaba aquí, allá o donde fuera. En cualquier parte de esta insatisfecha y gigantesca tierra.

En Londres, en Paris, Nueva York, África, Madrid, Venecia, Roma y en todos esos lugares que recorrieron sus pies.

A veces creo que lo que nos unió fue el haber compartido experiencias de nuestras infancias, aquellos poemas casi gemelos de nuestras historias vividas y sentidas, vivir cosas parecidas, amar la poesía y el arte en todas sus formas, la manera de permitir que se exprese el alma, la dulzura de regalarle una sonrisa a un niño, de compartir un abrazo, de pensar que siempre hay alguien que puede ser el espejo de nuestro pasado.

Así que el día llego y yo estaba totalmente inquieta aunque todavía no comprendo el porque. Yo que era tan segura de mi misma y que me llevaba el mundo por delante con la mayor de las carismas y una fuerte personalidad entrañable y sarcástica al mismo tiempo, titubeaba al saber que en pocos minutos nos sentaríamos juntos a tener largas charlas pendientes mirándonos fijamente a los ojos, había pasado tanto tiempo. Y mirar los ojos es una de las mejores maneras de ver pasar el tiempo y reconocer la esencia...
Continuará...

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