Ha pasado algún tiempo desde aquel día. Me fui enredando nuevamente en sus palabras vacías y lejanas. El enviaba mensajes hacia mi persona preguntando como me sentía y yo, inocente le contestaba.
No hace falta mencionar que lo extrañaba demasiado, que acariciaba su aroma en el aire nostálgico de mi habitación cada día al despertar y que al sonar un mensaje de texto proviniendo de mi teléfono celular corría a ver si era de él.
Poco a poco fui reconociendo que no quería vivir sin él, motivo por el cual fui cayendo nuevamente a sus pies y creyendo sus palabras que tan solo emitían mentiras.
Me esmeré demasiado para conseguirle un trabajo en Buenos Aires y hasta le ofrecí alojarse en mi departamento hasta que encontrara algún lugar donde pudiera estar. Moví contactos y no dejé un solo día librado al azahar. Siempre mientras respiré su imagen estuvo presente ante mí.
Viajé para encontrarme con él. Necesitaba verlo y acariciarnos mutuamente. Nos alojamos en un hotel cercano al mar y nos entregamos el uno al otro sin descanso. Nos miramos, nos mimamos, nos acariciamos, nos amamos.
Al día siguiente debía partir de regreso y continuar mis tareas en Buenos Aires. El trabajo y las obligaciones me estaban esperando. Así que regresé y las cosas fueron cambiando de nuevo.
Juan estaba cada vez más distante.
No podía quedarme con la duda del porque de esta situación, así que enfrenté la realidad al día siguiente en que cumplíamos ocho meses de noviazgo y lo llamé para decirle lo que pensaba sobre su actitud.
-Creo que tienes razón- me dijo -.
No entendí bien el porque se alejaba de mi de esa forma y decidí darle un giro a mi vida. Ya no necesitaba llorar y seguir sufriendo, fue suficiente en esta vida. Sentí desmoronarme durante los primeros días, sin embargo una mañana me levanté y tomé coraje para llegar a mi meta. Ser feliz.
Continuará....
Continuará....
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